‘Nuestros hijos fueron enviados a un lucha
que no eligieron, decidida por un gobierno que no eligieron, para la cual no
estaban preparados. El conscripto es un ciudadano que interrumpe sus estudios,
sus trabajos, para cumplir con su servicio militar obligatorio. El no eligió la
guerra‘. (“Los chicos de la
Guerra” de Daniel Kon)
Tengo pendiente la lectura, entre tantas que ya ni renové
la lista en el blog porque juro que me apabulla, el libro de Fogwill, “Los Pichiciegos”, que
comenzaré a leer hoy, novela ambientada en la guerra de Malvinas y escrita en 1983 y que estaré reseñando en
estos días. ¿Por qué comenzar hoy? El 2
de abril en mi país se conmemoran a los veteranos y caídos en la guerra de
Malvinas en 1982, cuando Argentina estaba transitando una dictadura militar. Como
manera de “unir” al pueblo argentino para mirar para otro lado y dejar de girar
el rostro hacia los desaparecidos, intentaron crear un “enemigo” en común y dio
resultado. Salieron y salimos a las calles a gritar “las Malvinas son argentinas”.
Luego de años de imposición de silencio, de la imposibilidad de gritar en la
calle, de juntarse abiertamente, se nos abrió la puerta. El Mundial del 78 fue
otro claro ejemplo. ¿Hubieran muerto tantos en Malvinas sin la dictadura militar? La pregunta queda
para la historia conjetural.
No es mi intención una entrada chauvinista
y patriotera, no quiero resaltar valores patrióticos que no me los creo. Pienso
que la guerra es una actividad que demuestra la incapacidad de resolver los
conflictos de otra manera que no sea arrasando con bombas y dejando la tierra
destruida y bañada de sangre. En la guerra mueren no solos personas sino todos los
seres y las cosas que se cruza en el camino. Se destruye en unos pocos minutos
lo que a la vida le llevó miles y miles de años construir.
Siempre que
pienso en Malvinas, pienso en los jóvenes
que fueron enviados por los militares de nuestra dictadura a luchar. Era morir
en el frente o que te desaparezcan las Fuerzas Armadas. Así fueron muchos
jóvenes de 18 años a luchar por unas islas que nunca habían pisado, lejos de
sus familias y de su hogar. Muchos quedaron ahí. Muchos aún hoy vivos quedaron
ahí, y lo peor, muchos siguen adelante al margen de una sociedad y con todo el
horror de la guerra encima. La mayoría eran conscriptos entre 18 y 19 años. En
ese entonces todo varón de 18 tenía la obligación de asistir al Servicio
Militar. No tenían elección.
Yo tenía
unos doce años. Recuerdo que mi padre guardaba los periódicos y quería ir a la
guerra, ofrecerse como voluntario. Nos contaba que él hizo el servicio militar
y que le habían enseñado a manejar armas. También recuerdo la locura de la
gente destruyendo todo lo que decía “inglés” como un monumento o una farmacia. Y
el miedo: ¿Qué pasará si nos invanden
acá? Ya los sacamos a los ingleses con aceite hirviendo, que vengan que le
vamos a dar. Y otros dichos por el estilo.
También
recuerdo los chocolates que comprábamos para enviar a los chicos de Malvinas,
como los llamábamos. No teníamos dinero. Éramos pobres pero nosotros, niños,
enviábamos nuestras golosinas para que ellos soporten el frío en las islas. Y
le poníamos notitas de aliento y dibujos debajo de la cubierta del chocolate para
que “nuestros chicos” se comieran el chocolate mientras leían palabras de aliento
enviadas desde kilómetros de distancia. Buscando información encontré la
historia de un soldado que guardó muchas de estas cartas que le enviaron los niños
y que, luego de años, comenzó la búsqueda de sus autores. Un niño de doce años
le escribió: “Espero que estés bien y que no tengas miedo…”. (Leer nota completa)
Sobre el resto de las colectas
para ayudar a los combatientes luego supimos que los donativos fueron a las
cuentas de las Fuerzas Armadas y los hicieron lingotes de oro. Como toda guerra
no solo deja muertos sino enriquecidos y este último objetivo también es bélico
(Leer nota completa).
Yo nací en 1969 y a los tres años
comencé a hablar de guerra. Le preguntaba a mi padre por “la bomba”. Hablaba de
la guerra mundial y del horror sin haberlo visto ni en la tele. Tenía miedo de
una bomba. ¿Es cierto papá que hay una
bomba que destruye todo y no queda nada? Sí, me decía mi papá y hasta me regaló un
libro de historia donde observé, en fotos, a los muertos. Cuando veía un avión
tenía pánico de que vomite una bomba. Sentía una nostalgia anticipada por todo
lo muerto en potencia. No entendía la guerra. Aún no la entiendo. Tampoco
entiendo los dichos de Obama al recibir el premio Nóbel de La Paz, hablando de la guerra
como acto de pacificación sin caerle en su conciencia ni uno de los niños
muertos que dejó su acto “pacifista”. Dejo
algunas frases extraídas del discurso mencionado, discurso que refleja y resume la situación y el pensamiento actual
del mundo occidental:
-Pero quizá el asunto más controversial en torno a mi aceptación de
este premio es el hecho de que soy Comandante en Jefe de un ejército de un país
en medio de dos guerras.
-De todos modos, estamos en guerra, y soy responsable por desplegar a
miles de jóvenes a pelear en un país distante. Algunos matarán. A otros los
matarán. Por lo tanto, vengo aquí con un agudo sentido del costo del conflicto
armado, lleno de difíciles interrogantes sobre la relación entre la guerra y la
paz, y nuestro esfuerzo por reemplazar una por la otra.
-Bueno, estas interrogantes no son nuevas. La guerra, de una forma u
otra, surgió con el primer hombre. En los albores de la historia, no se
cuestionaba su moralidad; simplemente era un hecho, como la sequía o la
enfermedad, la manera en que las tribus y luego las civilizaciones buscaban el
poder y resolvían sus discrepancias.
-La capacidad de los seres humanos de idear nuevas maneras de matarse
unos a los otros resultó ser inagotable.
- El comercio tejió lazos entre gran parte del mundo. Miles de millones
han salido de la pobreza. Los ideales de libertad, autonomía, igualdad y el
imperio de la ley han avanzado a tropezones. Somos los herederos de la
fortaleza y previsión de generaciones pasadas, y es un legado por el cual mi propio
país legítimamente siente orgullo.
- Sí, se han librado guerras terribles y se han cometido atrocidades.
- No traigo hoy una solución definitiva a los problemas de la guerra.
-Habrá ocasiones en las que las naciones, actuando individual o
conjuntamente, concluirán que el uso de la fuerza no sólo es necesario sino
también justificado moralmente.
-Decir que la fuerza es a veces necesaria no es un llamado al cinismo;
es reconocer la historia, las imperfecciones del hombre y los límites de la
razón.
-Entonces, sí, los instrumentos de la guerra tienen un papel en
mantener la paz.
- No hay duda de que el desarrollo rara vez echa raíces sin seguridad.
Decir que la guerra surge con el
primer hombre es nefasto y coloca a la guerra actual en nuestra “naturaleza”
humana. Hay grupos humanos que han vivido sin cargar un muerto de la guerra.
Intentar justificar un acto actual remontándonos al surgimiento de nuestra
humanidad, colocándolo en la historia “universal” constituye una estrategia de
justificación ya hábilmente utilizada por varios dictadores. ¿Cómo sabe que no
se cuestionaba la moralidad de la guerra? ¿Qué Estados Unidos también construyó
la máquina del tiempo y viajó a la comunidad de los primeros Homo sapiens? Ni siquiera lo que dice tiene fundamento en
el sentido común. También es alarmante que al recibir un premio por la paz solo
hable de la guerra. Si recibe un premio por la paz debiera compartir a la
humanidad su aporte de cómo resolvió los conflictos y que nos ilumine, no que
nos hunda en el horror de la muerte y la destrucción. Y si no tiene aportes,
que no acepte el premio.
Las Malvinas puede ser leído como
un símbolo del imperialismo y el colonialismo ya que conquistar
territorios es beneficioso para las potencias que buscan recursos y accesos a
nuevas vías de ellos, como la ruta que lleva de Malvinas a la Antártida. Los
recursos son los peces, el petróleo, las personas y tanto más. ¿Qué sucederá si
se derrama petróleo en la zona? ¿Quién y qué sufrirá el impacto de las
negligencias petroleras como tantas veces nos han demostrado? ¿Qué sucederá, luego
de la rapiña, con las personas que viven en la isla y sus recursos son llevados
hacia el otro lado del planeta?
La guerra también nos deja conmovidos
con las historias que aparecen de
aquellos que buscan a sus seres queridos, aquellos que murieron poniendo el
cuerpo por salvar a otro, aquellos que aún de tanto horror pueden seguir como
el caso del hijo de un piloto muerto en Malvinas que encontró al militar inglés
que mató a su padre. Cuando murió su padre, él tenía diez meses de edad. El
periodista que lo entrevistó le preguntó si no encontraron el cuerpo de su
padre y el hijo responde: Nunca.
Quedaron en el agua. Yo voy al monumento en El Palomar y sé que no hay nada.
Cuando fui al cementerio en Malvinas busqué su placa, vi el nombre, y sabía que
no había nada. Mi contacto es con el agua. Siento que ellos están ahí en
continua vigilancia de las islas. (Leer la nota completa)
No aprendimos nada. Miles de años sobre el planeta como
especie “sapiens”, sapiente, sabia, única en manejo de símbolos, y no
aprendimos nada. Seguimos enterrando a nuestros seres queridos luego de las
bombas y de las armas. Millones de muertos. Genocidios. Vidas partidas por la
mitad.
Cierro esta entrada con la letra de la canción de León Gieco, Para la vida, banda de la película “Iluminados por el fuego”. Y también cierro el post con la esperanza de un futuro
sin guerras.
Estoy aquí sentado, bajo del
pequeño sol
el que nos vio águila y también
gorrión.
¿Que hacer con el silencio cuando
la cabeza estalla?
¿Cómo parar la impotencia de no
poder hacer nada?
Porque querer matar a tus hijos
es para que duela años la sangre.
Ayer por no querer a la patria,
y ahora por quererla demasiado.
Leyes viejas, más genocidas
mal presagio para la vida.
Con la luz llena de sombras,
y con el sol en sufrimiento
vuelvo a mi casa de rodillas,
y aquí mis amigos muertos.
En un país enfermo, todas las
cartas sobre la mesa,
jugando juegos perversos, entre
fútbol y guerra.
Sangre de gloria, odio contra
amor
dioses y bestias, locura y dolor.
Abriré las puertas de este vacío
porque el destino me lanzo hacia
arriba.
Leyes viejas, más genocidas
mal presagio para la vida.
Insistiré con un mar de rosas,
y construiré sobre cenizas.
Tendré un sueño nuevo en mis
manos
y lucharé para que sea justicia.
Las mejillas de mis hijos en mis
labios,
y encontraré en sus ojos un nuevo
descanso.
Leyes viejas, más genocidas
mal presagio para la vida.
Gabriela Lago – Owiwi Owo
Fabulosa tu nota... la publique hoy en mi facebook, ameritaba! Y me encanto tu poema.
ResponderEliminarGracias , la nota logro cautivarme por completo , devela la verdad , la realidad misma detrás de una hipocresía que tiñe estos días. Inmensamente gracias!
ResponderEliminarExelente reflexión y nota me encanto!