Título:
Los pichiciegos. Visiones de una batalla subterránea.
Autor:
Rodolfo Fogwill
Año: 2006
Editorial:
Interzona
Páginas:
160
ISBN: 9789871180288
SINOPSIS
EDITORIAL
Esta quinta edición de Los pichiciegos es fiel a los
borradores que, mimeografiados en el Hospital Albert Einstein de São Paulo,
circularon entre críticos y editores antes de la rendición argentina de junio
de 1982. La primera publicación se distribuyó después de la asunción del
gobierno civil y fue elogiada por su realismo y pacifismo, pese a que el autor
hizo imprimir la advertencia de que se trataba de un experimento de ficción,
compuesto antes de los primeros testimonios de los combatientes y que no era
una novela contra la guerra, sino contra las modalidades dominantes de concebir
la guerra y la literatura. La obra debió esperar doce años para que la crítica
reconociera su propuesta: en el curso de su ensayo sobre verdad e historia en
el cine, publicado en 1994, la profesora Beatriz Sarlo anuncia su relectura de
Los pichiciegos observando que 'la novela no quiere demostrar nada y sus
personajes no están en condiciones ideológicas ni discursivas para reflexionar.
Los pichis carecen absolutamente de futuro, caminan hacia la muerte y, en
consecuencia, sólo pueden razonar en términos de estrategias de supervivencia'
y concluye su extenso análisis afirmando que 'la novela de Fogwill produce esta
verdad de la guerra en Malvinas'. Pero, al escribirla, estaba lejos del autor
cualquier preocupación sobre el acontecimiento. Como decía por entonces -digo-,
estaba escribiendo sólo acerca de mí, de la revolución, la contrarrevolución,
el amor, el comercio, la democracia que sobrevendría.
Rodolfo Fogwill escribió la novela durante el desarrollo
de los hechos que narra, en tan solo tres días, y la terminó antes que concluyera
la guerra, en el año 1982. La novela, como dice la sinopsis, trata sobre la
guerra de Malvinas ocurrida en el contexto de la dictadura militar argentina.
Un grupo de soldados, unos veinticinco, abren una cueva subterránea para ocultarse de
la guerra y el título de la novela hace alusión al pichi, mamífero que construye
galerías subterráneas, habita bajo tierra y es ciego. El autor dice en una
entrevista: “Escuché “pichiciegos” por
primera vez en 1980 en una celda de la Cámara Federal de
la calle Viamonte, donde nos hacinábamos más de 20 presos a la espera de turno
para comparecer ante los jueces. A las nueve de la noche se cortaba la luz y
entonces de a poco las conversaciones se iban apagando y se hablaba cada vez en
voz más baja para no enojar a los malhumorados guardias. Entre delincuentes de
todo tipo, había dos menores, catamarqueños, que habían llegado a Buenos Aires
y los confundieron con unos ladrones conocidos. Los chicos estaban
desesperados. A veces lloraban” (Ir a la fuente)
—El pichi es un bicho que vive abajo de la tierra. Hace cuevas. Tiene
cáscara dura —una caparazón— y no ve. Anda de noche. Vos lo agarras, lo das
vuelta, y nunca sabe enderezarse, se queda pataleando panza arriba. ¡Es rico,
más rico que la vizcacha!
Durante la historia, el autor apela a la comparación entre las costumbres del pichi y los humanos, incluso narrando ciertas acciones como si se tratase de la observación de un etólogo. También la forma en que describe el entorno nos sumerge en un ambiente hostil y triste: nieve amarilla y pegajosa, un “mar aguachento”. No hay belleza sino supervivencia.
…varios muchachos se habían desbarrancado por culpa de la nieve
jabonosa y marrón. Y no había flores ni árboles ni música. Nada más viento y
frío tenían afuera.
El desafío será sobrevivir bajo
tierra, aguantar la sed, conseguir comida.
Acciones que uno lleva adelante con rutina, sin pensar, ahora se tornan
el centro de la vida: dónde se defeca, dónde se ponen los muertos, qué se hace
con la oscuridad, cómo se higieniza el cuerpo sin agua, qué se hace con el
silencio, qué se hace con quienes sobran. Aparecen normas, se ordena, afloran
líderes, saberes previos, se acuñan términos (“pichicera”, “helados”); un grupo
humano que comienza a funcionar como una sociedad en sí misma, jerárquica y
ordenada y hasta desordenada.
…afuera, andando
siempre de noche y en el frío, la luz duele en los ojos. Alguien alumbraba la
cara y los ojos se llenaban de lágrimas, dolían atrás, y enceguecían. Después
las lágrimas bajaban y hacían arder los pómulos quemados por el sol de la
trinchera. Escaldaban.
Viene de estar
tanto callado que cuando se halla en el calor empieza a hablar.
Los pichis no están al margen de
la guerra ni son espectadores. Están en la guerra, son partícipes de la guerra:
intercambian información de la ubicación de las minas por comida, vitorean la
caída de un misil, abren la cueva para algunos y la cierran para otros. No se
puede estar en una guerra y estar al margen. La supuesta “neutralidad” es ya un
posicionamiento y en general se tuerce para el lado del más fuerte. Para los
pichis los militares son de la misma especie ya sean ingleses o argentinos. Ellos
son pichis, adquieren otra identidad en la guerra. No tiene peso moral fumarse
un cigarrillo inglés o escuchar un tango. No hay significación nacionalista
porque los pichis son pichis, establecen un límite entre los demás y ellos,
aspecto que lleva a reforzar los procesos identitarios.
Me gustó la forma de narrar
recuperando el habla argentina y coloquial ya que me permitió meterme en la
vida de esos jóvenes, en su padecimiento, en sus enojos y en sus diálogos, no desde
afuera y a la distancia, sino como uno más. Quizás sea difícil para quien no es
argentino comprender los guiños y ciertas alusiones a hechos y personajes
históricos. Incluso va más allá y reproduce el habla de la época desde
distintas clases sociales y regionalismos, la siempre vigente separación entre
los porteños y los del interior del país.
La lectura es rápida, amena y no nos detiene. Según el mismo autor la
obra podría leerse como “una alegoría
sobre el sistema cultural argentino”.
En el transcurso de la historia,
van apareciendo los motivos de estar allí en medio de una guerra, la sinrazón
de quien está por cuestiones del azar: porque nació en determinado año, porque
se había quedado sin trabajo, porque le pagan. No es personal. Nada es
personal. No es por vos ni por mí. Se lucha por una guerra cuyo único objetivo
es ganar pero sin saber el para quién y ni siquiera por una tierra donde se
vivirá, ni por personas que se conocen. La muerte de cada uno es tan inútil
como estúpida, ejemplo de un rapto del cuerpo donde es obligado a estar ahí, a
matar y a pervivir. Ninguno quería estar ahí. Y hasta también podríamos agregar
que se mata por divertimento: ¿qué sentido tiene disparar contra quienes ya se
han rendido y cuando la guerra ya se ha ganado?
—Es notable —dijo García—, los tipos mueren, pero los relojes siguen
andando…
Cruzar el campo a pie da miedo, porque se sabe que allí pegan los
cohetes y se arrastran por el suelo —todo quemado— como buscando algo. Los que
andan por ahí están siempre temiendo y se les notan los ojitos vigilando a los
lados. Muchos se vuelven locos. Un cohete explotó a un jeep: cuentan que cada
uno de esos cohetes británicos les cuesta a ellos treinta veces más caro que
los mejores jeeps británicos.
Hay varios pasajes que me
aportaron una manera interesante de contar, con una descripción pegada a la
experiencia de quien mira pero desconoce el nombre exacto de las cosas. También
podría interpretarse como el desconocimiento del lenguaje técnico, bélico, de
quien observa. Así describe la caída de un paracaidista usando términos como
“un fierrito”, “un globito”. También la forma en que describe cuadro a cuadro,
las imágenes estáticas que se vuelven dinámicas por su proximidad, como cuando
narra la muerte de una oveja al pisar una mina.
Me he amigado con Fogwill.
Anteriormente había hablado de “Una pálida historia de amor”, texto que no me
convenció.
Es una lectura dura pero
imprescindible para adentrarnos no en una guerra particular sino en la guerra.
Todas las guerras, según mi punto de vista, se parecen. Cuando se habla de
guerra se habla de muertos, siempre humanos, pero en la guerra se pierde mucho
más que vidas “homínidas”. Luego de la guerra queda un hueco de destrucción
inhabitable, un espacio agujereado y negro, un lugar de no-vida por el que se
van todas las especies. Somos responsables de esto, del desarrollo de un
poderío que vacía de vida. Uno de los términos que podría describir lo anterior
es “ecocidio”. La guerra nunca se termina con la paz.
Los tipos llegan a oficiales y
cambian la manera. Son algunas palabras que cambian: quieren decir lo mismo
—significan lo mismo pero parecen más, como si el que las dice pensara más o
fuese más.
Tiene que haber una guerra para
darse cuenta de esto.
—La guerra tiene eso, te da
tiempo, aprendes más, entendés más… Si entendés te salvas, si no, no volvés de
la guerra. Yo no sé si volvemos, Quiquito —le decía—, pero si volvemos, con lo
que aprendimos acá: ¿quién nos puede joder?
¡Si ya habían visto más muertos y
muertes que las que se podían pensar habían pasado en este mundo desde que es
mundo!
Vas con ese miedo,
natural, constante, repechando la cuesta, medio ahogado, sin aire, cargado de
bidones y de bolsas y se aparece una patrulla, y encima del miedo que traes
aparece otro miedo, un miedo fuerte pero chico, como un clavito que te entró en
el medio de la lastimadura. Hay dos miedos: el miedo a algo, y el miedo al
miedo, ese que siempre llevas y que nunca vas a poder sacarte desde el momento
en que empezó.
Es que el miedo suelta el instinto
que cada uno lleva dentro.
Pero pelear, pelear, en realidad,
nadie sabía.
El olor a oveja
reventada por una mina es parecido al olor de cristiano reventado por una mina:
olor a matadero cuando se carnean animales y llegan los peones que les trabajan
en el vientre para hacer achuras.
¿O te crees que la
guerra es tirar y tirar? La guerra es otra cosa: ¡es método! Y ellos tenían el
método
Quedaban en el
suelo los cuerpos, las ropas deshechas, algunos quemados y todos con el guante
derecho crispado alrededor del papelito con el contrato de rendición, como si
fuera entrada intransferible para el gran teatro de los muertos.
Gabriela Lago –
Owiwi OwO
Parece interesante! Me alegro que te haya gustado
ResponderEliminarUn beso
Gracias, Nere! Fue una lectura interesante e intensa. Besos.
EliminarHola te nominé al Liebster Award Acà te dejo el link:
ResponderEliminarrotondaro.blogspot.com.ar/2014/04/nominacion-al-liebster-award.html
Un saludo desde Un Comentarista, Una Reseña :)
Gracias, Francisco! Ya me doy una vueltita por tu post y en unos días te aviso cuando publique mis respuestas. Besos
EliminarNo he leído nada acerca de esta guerra. Y este libro parece tocarla bastante bien. Aunque no sé si será fácil adquirir aquí. Gracias por la reseña!
ResponderEliminarBesotes!!!
He visto que hay varias ediciones pero no sé si está agotado en estos momentos. Besoss
EliminarLo tengo en mi lista de pendientes.
ResponderEliminarGenial reseña.
¡Nos leemos! :-)