viernes, 29 de noviembre de 2013

Estado de excepción. Giorgio Agamben



Giorgio Agamben es un filósofo italiano nacido en 1942. Se doctoró en derecho  en la Universidad de Roma y fue alumno de Martín Heidegger. En su obra menciona con frecuencia a este último así como a Walter Benjamín, Carl Schmitt y a Michael Foucault, entre otros. Su obra es basta y  abarca desde la biopolítica,  la muerte, la soberanía, el gobierno,  hasta cuestiones sobre la obra del arte en sus primeros escritos. Es considerado como uno de los pensadores más importantes de la actualidad.
            Como un dato curioso, ha interpretado al apóstol Filipo en la película de Pier Paolo Pasolini, El evangelio según San Mateo, película del año 1963.
            Entre sus obras podemos mencionar: Homo sacer, el poder soberano y la nuda vida (1998), Profanaciones (2005), La comunidad que viene (2006), La potencia del pensamiento (2008), etc.


Tuve la fortuna de asistir a una conferencia que diera en mi ciudad a raíz de haber sido galardonado como doctor honoris causa en la Universidad Nacional de La Plata. Recuerdo que su conferencia fue impecable y tuvo momentos memorables como cuando  mencionó que a los argentinos los notaba muy apegados a sus “telefoninos” (celulares) e inmediatamente comenzó a sonar el celular de un asistente. Estas tecnologías, aún recuerdo esta idea, nos aportan un sentimiento de felicidad efímera y aquí radica su atracción y consumo creciente. Evidentemente, la felicidad de quien no apagó el celular a pesar de que una persona en la puerta solicitara que los celulares permanezcan mudos, era impostergable.



Aprehender el libro no me fue  fácil por la gran cantidad de citas y referencias en latín, además del dialogo con infinidad de autores desde la antigüedad clásica a la actualidad, así como por las referencias a aspectos legales y jurídicos que no son mi fuerte. La lectura de “Estado de excepción” fue semejante a la de Foucault o Deleuze, Cioran, todos esos autores que luego de leerlos algo cambia, la observación sobre ciertos fenómenos se hace más nítida, más dramática.

                       
Antes de compartir mis frases subrayadas, quiero rescatar algunas frases del autor que he ido recuperando de diversas entrevistas online:

De la entrevista publicada en Partidopirata:

“Dios no murió, se transformó en dinero”

"...el capitalismo es, realmente, una religión, y la más feroz, implacable e irracional religión que jamás existió, porque no conoce ni redención ni tregua. Ella celebra un culto ininterrupto cuya liturgia es el trabajo y cuyo objeto es el dinero. Dios no murió, se tornó Dinero.”

“Crisis” y “economia” actualmente no son usadas como conceptos, sino como palabras de orden, que sirven para imponer y para hacer que se acepten medidas y restricciones que las personas no tienen ningún motivo para aceptar. ”Crisis” hoy en día significa simplemente “vos debés obedecer!”

“El nuevo orden del poder mundial se funda sobre un modelo de gobernabilidad que se define como democrático, pero que nada tiene que ver con lo que este término significaba en Atenas. Y que este modelo sea, del punto de vista del poder, más económico y funcional está probado por el hecho de que fue adoptado también por aquellos regímenes que hasta hace pocos años atrás eran dictaduras.”

“Pocos saben que las normas introducidas, en materia de seguridad, después del 11 de setiembre (en Italia ya habían empezado a partir de los años de plomo) son peores de lo que aquellas que estaban vigentes bajo el facismo. Y los crímenes contra la humanidad cometidos durante el nazismo fueron posibles exactamente por el hecho de que Hitler, enseguida después que asumió el poder,  proclamó un estado de excepción que nunca fue revocado.”

“Una ciudad cuyas plazas y cuyas avenidas son controladas por videocámaras no es más un lugar público: es una prisión.” 

De la entrevista de La naciónonline:

“Ninguna obra poética o de pensamiento se termina. En un cierto sentido se diría que uno la abandona”.

“Tengo la impresión de que incluso en la literatura existe una escasa reflexión sobre el final. Habría que preguntarse por qué, en cierto momento, un autor decide poner fin a una obra. Muchas veces intervienen factores puramente contingentes. De cualquier manera, es un momento curioso de la creación”.

“Estamos a tal punto condicionados por el derecho que nos hemos acostumbrado a formular nuestras reivindicaciones como reivindicaciones de derecho. (...) Lo que a mí me fascina es que nosotros deberíamos pensar un concepto de forma de vida distinto de todos los conceptos de forma de vida que hemos pensado hasta ahora”.


FRASES SUBRAYADAS



El totalitarismo moderno se define como la instauración de una guerra civil legal a través del estado de excepción, y esto ocurre tanto para el régimen nazi como para la situación en que se vive en los EE. UU. desde que George Bush emitió el 13 de noviembre de 2001 una “military order” que autoriza la “detención indefinida” de los no-ciudadanos estadounidenses sospechados de actividades terroristas. Ya no se trata de prisioneros ni de acusados, sino de sujetos de una detención indefinida –tanto en el tiempo como en la modalidad de detención- que deben ser procesados por comisiones militares, distintas de los tribunales de guerra.  (Introducción, Flavia Costa)


En la perspectiva arqueológica, que es la de mi investigación, las antinomias (por ejemplo, la de democracia versus totalitarismo) no desaparecen, pero pierden su carácter sustancial y se transforman en campos de tensiones polares, entre las que es posible encontrar una vía de salida.  (…) El problema, sobre todo, es que si no se comprende lo que se pone en juego en el fascismo, no se llega a advertir siquiera el sentido de la democracia.


Lo humano y lo inhumano son solamente dos vectores en el campo de fuerza de lo viviente.

El totalitarismo moderno puede ser definido, en este sentido, como la instauración, a través del estado de excepción, de una guerra civil legal, que permite la eliminación física no sólo de los adversarios políticos sino de categorías enteras de ciudadanos que por cualquier razón resultan no integrables en el sistema político. Desde entonces, la creación voluntaria de un estado de emergencia permanente (aunque eventualmente no declarado en sentido técnico) devino una de las prácticas esenciales de los Estados contemporáneos, aún de aquellos llamados democráticos.
Frente a la imparable progresión de eso que ha sido definido como una “guerra civil mundial”, el estado de excepción tiende cada vez más a presentarse como el paradigma de gobierno dominante en la política contemporánea. Esta dislocación de una medida provisoria y excepcional que se vuelve técnica de gobierno amenaza con transformar radicalmente  la estructura y el sentido de la distinción tradicional de las formas de constitución.
Uno de los caracteres esenciales del estado de excepción –la provisoria abolición de la distinción entre poder legislativo, ejecutivo y judicial- muestra aquí su tendencia a transformarse en duradera praxis de gobierno.


La ampliación de los poderes del ejecutivo en el ámbito legislativo prosiguió después del fin de las hostilidades, y es significativo que la emergencia militar cediese ahora el puesto a la emergencia económica, con una implícita asimilación entre guerra y economía.


La declaración del estado de excepción está siendo progresivamente sustituida por una generalización sin precedentes de paradigma de la seguridad como técnica normal del gobierno.


Los gobiernos de la República, comenzando por aquel de Brüning, hicieron uso continuamente del artículo 48 (se refiere al de la constitución de Weimar, Alemania), proclamando el estado de excepción y emanando decretos de urgencia en más de 250 ocasiones; ellos sirvieron, entre otras cosas, para poner en prisión a millares de militantes comunistas y para instituir tribunales especiales habilitados para dictar condenas a la pena capital. En más ocasiones y, en particular en octubre de 1923, el gobierno recurrió al artículo 48 para afrontar la caída del marco, confirmando la tendencia moderna de hacer coincidir la emergencia político-militar y la crisis económica.


Hitler probablemente no habría podido tomar el poder si el país no se hubiese encontrado desde hacía casi tres años en régimen de dictadura presidencial y si el parlamento hubiese estado en funciones.


Una “democracia protegida” no es una democracia, y que el paradigma de dictadura constitucional funciona sobre todo como una fase de transición que conduce fatalmente a la instauración de un régimen totalitario. 


Desde el momento en que el poder soberano del presidente se fundaba esencialmente sobre la emergencia ligada a un estado de guerra, la metáfora bélica se conviritió en el curso del siglo XX en parte integrante del vocabulario político presidencial cada vez que se trataba de imponer decisiones consideradas de vital importancia.


Existe el hábito de definir como dictaduras a los estados totalitarios nacidos de la crisis de las democracias después de la Primera Guerra Mundial. Mussolini y Hitler no fueron dictadores porque tanto el régimen fascista como el nazi permitieron que subsistieras las constituciones vigentes (en Alemania, la de Weimar), poniendo junto a la Constitución legal una segunda estructura, a menudo jurídicamente no formalizada, que podía existir al lado de la otra gracias al estado de excepción. El término “dictadura” es inadecuado para dar cuenta de tales regímenes desde el punto de vista jurídico, así como la oposición seca entre democracia/dictadura es equívoca para un análisis de los paradigmas gubernamentales hoy dominantes.

El estado de excepción ha alcanzado hoy su máximo despliegue planetario. El aspecto normativo del derecho puede ser así impunemente obliterado y contradicho por una violencia gubernamental que, ignorando el derecho internacional y produciendo internamente un estado de excepción permanente, pretende sin embargo estar aplicando el derecho. Del estado de excepción efectivo en el cual vivimos no es posible el regreso al estado de derecho, puesto que ahora están en cuestión los conceptos mismos de “estado” y de “derecho”. Pero si es posible detener la máquina, exhibir la ficción central, esto es porque entre violencia y derecho, entre la vida y la norma, no existe ninguna articulación sustancial. En el campo de tensión de nuestra cultura actúan dos fuerzas opuestas: una que instituye y pone y una que desactiva y depone. El estado de excepción es el punto de su máxima tensión y, a la vez, lo que al coincidir con la regla, hoy amenaza con volvernos indistinguibles. Vivir en el estado de excepción significa tener la experiencia de ambas posibilidades y aun así intentar incesantemente, separando en cada ocasión las dos fuerzas, interrumpir el funcionamiento de la máquina que está conduciendo a Occidente hacia la guerra civil mundial.




Por: Gabriela Marta Lago

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