Giorgio Agamben es un filósofo
italiano nacido en 1942. Se doctoró en derecho en la Universidad de Roma y fue alumno de Martín
Heidegger. En su obra menciona con frecuencia a este último así como a Walter
Benjamín, Carl Schmitt y a Michael Foucault, entre otros. Su obra es basta
y abarca desde la biopolítica, la muerte, la soberanía, el gobierno, hasta cuestiones sobre la obra del arte en sus
primeros escritos. Es considerado como uno de los pensadores más importantes de
la actualidad.
Como
un dato curioso, ha interpretado al apóstol Filipo en la película de Pier Paolo
Pasolini, El evangelio según San Mateo, película del año 1963.
Entre
sus obras podemos mencionar: Homo sacer, el poder soberano y la nuda vida
(1998), Profanaciones (2005), La comunidad que viene (2006), La potencia del
pensamiento (2008), etc.
Tuve la fortuna de asistir a una
conferencia que diera en mi ciudad a raíz de haber sido galardonado como doctor
honoris causa en la Universidad Nacional
de La Plata. Recuerdo
que su conferencia fue impecable y tuvo momentos memorables como cuando mencionó que a los argentinos los notaba muy
apegados a sus “telefoninos” (celulares) e inmediatamente comenzó a sonar el
celular de un asistente. Estas tecnologías, aún recuerdo esta idea, nos aportan
un sentimiento de felicidad efímera y aquí radica su atracción y consumo
creciente. Evidentemente, la felicidad de quien no apagó el celular a pesar de
que una persona en la puerta solicitara que los celulares permanezcan mudos,
era impostergable.
Aprehender el libro no me fue fácil por la gran cantidad de citas y
referencias en latín, además del dialogo con infinidad de autores desde la antigüedad
clásica a la actualidad, así como por las referencias a aspectos legales y
jurídicos que no son mi fuerte. La lectura de “Estado de excepción” fue
semejante a la de Foucault o Deleuze, Cioran, todos esos autores que luego de
leerlos algo cambia, la observación sobre ciertos fenómenos se hace más nítida,
más dramática.
Antes de compartir mis frases subrayadas,
quiero rescatar algunas frases del autor que he ido recuperando de diversas
entrevistas online:
De la entrevista publicada en
Partidopirata:
“Dios no murió, se transformó en
dinero”
"...el capitalismo es,
realmente, una religión, y la más feroz, implacable e irracional religión que
jamás existió, porque no conoce ni redención ni tregua. Ella celebra un culto
ininterrupto cuya liturgia es el trabajo y cuyo objeto es el dinero. Dios no
murió, se tornó Dinero.”
“Crisis” y “economia” actualmente
no son usadas como conceptos, sino como palabras de orden, que sirven para
imponer y para hacer que se acepten medidas y restricciones que las personas no
tienen ningún motivo para aceptar. ”Crisis” hoy en día significa simplemente
“vos debés obedecer!”
“El nuevo orden del poder mundial
se funda sobre un modelo de gobernabilidad que se define como democrático, pero
que nada tiene que ver con lo que este término significaba en Atenas. Y que
este modelo sea, del punto de vista del poder, más económico y funcional está
probado por el hecho de que fue adoptado también por aquellos regímenes que
hasta hace pocos años atrás eran dictaduras.”
“Pocos saben que las normas
introducidas, en materia de seguridad, después del 11 de setiembre (en Italia
ya habían empezado a partir de los años de plomo) son peores de lo que aquellas
que estaban vigentes bajo el facismo. Y los crímenes contra la humanidad
cometidos durante el nazismo fueron posibles exactamente por el hecho de que
Hitler, enseguida después que asumió el poder,
proclamó un estado de excepción que nunca fue revocado.”
“Una ciudad cuyas plazas y cuyas
avenidas son controladas por videocámaras no es más un lugar público: es una
prisión.”
De la entrevista de La naciónonline:
“Ninguna obra poética o de
pensamiento se termina. En un cierto sentido se diría que uno la abandona”.
“Tengo la impresión de que
incluso en la literatura existe una escasa reflexión sobre el final. Habría que
preguntarse por qué, en cierto momento, un autor decide poner fin a una obra.
Muchas veces intervienen factores puramente contingentes. De cualquier manera,
es un momento curioso de la creación”.
“Estamos a tal punto
condicionados por el derecho que nos hemos acostumbrado a formular nuestras
reivindicaciones como reivindicaciones de derecho. (...) Lo que a mí me fascina
es que nosotros deberíamos pensar un concepto de forma de vida distinto de
todos los conceptos de forma de vida que hemos pensado hasta ahora”.
FRASES SUBRAYADAS
El totalitarismo moderno se define como la instauración
de una guerra civil legal a través del estado de excepción, y esto ocurre tanto
para el régimen nazi como para la situación en que se vive en los EE. UU. desde
que George Bush emitió el 13 de noviembre de 2001 una “military order” que
autoriza la “detención indefinida” de los no-ciudadanos estadounidenses
sospechados de actividades terroristas. Ya no se trata de prisioneros ni de
acusados, sino de sujetos de una detención indefinida –tanto en el tiempo como
en la modalidad de detención- que deben ser procesados por comisiones
militares, distintas de los tribunales de guerra. (Introducción, Flavia Costa)
En la perspectiva arqueológica, que es la de mi
investigación, las antinomias (por ejemplo, la de democracia versus
totalitarismo) no desaparecen, pero pierden su carácter sustancial y se
transforman en campos de tensiones polares, entre las que es posible encontrar
una vía de salida. (…) El problema,
sobre todo, es que si no se comprende lo que se pone en juego en el fascismo,
no se llega a advertir siquiera el sentido de la democracia.
Lo humano y lo inhumano son solamente dos vectores en el
campo de fuerza de lo viviente.
El totalitarismo moderno puede ser definido, en este
sentido, como la instauración, a través del estado de excepción, de una guerra
civil legal, que permite la eliminación física no sólo de los adversarios
políticos sino de categorías enteras de ciudadanos que por cualquier razón
resultan no integrables en el sistema político. Desde entonces, la creación
voluntaria de un estado de emergencia permanente (aunque eventualmente no
declarado en sentido técnico) devino una de las prácticas esenciales de los
Estados contemporáneos, aún de aquellos llamados democráticos.
Frente a la imparable progresión de eso que ha sido
definido como una “guerra civil mundial”, el estado de excepción tiende cada
vez más a presentarse como el paradigma de gobierno dominante en la política
contemporánea. Esta dislocación de una medida provisoria y excepcional que se
vuelve técnica de gobierno amenaza con transformar radicalmente la estructura y el sentido de la distinción
tradicional de las formas de constitución.
Uno de los caracteres esenciales del estado de excepción
–la provisoria abolición de la distinción entre poder legislativo, ejecutivo y
judicial- muestra aquí su tendencia a transformarse en duradera praxis de
gobierno.
La ampliación de los poderes del ejecutivo en el ámbito
legislativo prosiguió después del fin de las hostilidades, y es significativo
que la emergencia militar cediese ahora el puesto a la emergencia económica,
con una implícita asimilación entre guerra y economía.
La declaración del estado de excepción está siendo
progresivamente sustituida por una generalización sin precedentes de paradigma
de la seguridad como técnica normal del gobierno.
Los gobiernos de la República, comenzando por aquel de Brüning,
hicieron uso continuamente del artículo 48 (se refiere al de la constitución de
Weimar, Alemania), proclamando el estado de excepción y emanando decretos de
urgencia en más de 250 ocasiones; ellos sirvieron, entre otras cosas, para
poner en prisión a millares de militantes comunistas y para instituir
tribunales especiales habilitados para dictar condenas a la pena capital. En
más ocasiones y, en particular en octubre de 1923, el gobierno recurrió al
artículo 48 para afrontar la caída del marco, confirmando la tendencia moderna
de hacer coincidir la emergencia político-militar y la crisis económica.
Hitler probablemente no habría podido tomar el poder si
el país no se hubiese encontrado desde hacía casi tres años en régimen de
dictadura presidencial y si el parlamento hubiese estado en funciones.
Una “democracia protegida” no es una democracia, y que el
paradigma de dictadura constitucional funciona sobre todo como una fase de
transición que conduce fatalmente a la instauración de un régimen
totalitario.
Desde el momento en que el poder soberano del presidente
se fundaba esencialmente sobre la emergencia ligada a un estado de guerra, la
metáfora bélica se conviritió en el curso del siglo XX en parte integrante del
vocabulario político presidencial cada vez que se trataba de imponer decisiones
consideradas de vital importancia.
Existe el hábito de definir como dictaduras a los estados
totalitarios nacidos de la crisis de las democracias después de la Primera Guerra
Mundial. Mussolini y Hitler no fueron dictadores porque tanto el régimen
fascista como el nazi permitieron que subsistieras las constituciones vigentes
(en Alemania, la de Weimar), poniendo junto a la Constitución legal
una segunda estructura, a menudo jurídicamente no formalizada, que podía existir
al lado de la otra gracias al estado de excepción. El término “dictadura” es
inadecuado para dar cuenta de tales regímenes desde el punto de vista jurídico,
así como la oposición seca entre democracia/dictadura es equívoca para un
análisis de los paradigmas gubernamentales hoy dominantes.
El estado de excepción ha alcanzado hoy su máximo
despliegue planetario. El aspecto normativo del derecho puede ser así
impunemente obliterado y contradicho por una violencia gubernamental que,
ignorando el derecho internacional y produciendo internamente un estado de
excepción permanente, pretende sin embargo estar aplicando el derecho. Del
estado de excepción efectivo en el cual vivimos no es posible el regreso al
estado de derecho, puesto que ahora están en cuestión los conceptos mismos de
“estado” y de “derecho”. Pero si es posible detener la máquina, exhibir la
ficción central, esto es porque entre violencia y derecho, entre la vida y la
norma, no existe ninguna articulación sustancial. En el campo de tensión de nuestra
cultura actúan dos fuerzas opuestas: una que instituye y pone y una que
desactiva y depone. El estado de excepción es el punto de su máxima tensión y,
a la vez, lo que al coincidir con la regla, hoy amenaza con volvernos
indistinguibles. Vivir en el estado de excepción significa tener la experiencia
de ambas posibilidades y aun así intentar incesantemente, separando en cada
ocasión las dos fuerzas, interrumpir el funcionamiento de la máquina que está
conduciendo a Occidente hacia la guerra civil mundial.
Por: Gabriela Marta Lago
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