José Saramago
nació en 1922 y es uno de los autores portugueses más importantes y
reconocidos. Su obra abarca novelas, poesías, cuentos para niños; podemos
nombrar: El año de la muerte de Ricardo
Reis, El evangelio según Jesucristo,
Caín, El hombre duplicado, etc. El autor ha obtenido el premio Nóbel en
el año 1998.
Esta novela, Las intermitencias de
la muerte, fue publicada en el
año 2005. La edición que leí es de Alfaguara, del año 2012. Recomiendo no leer
la sinopsis de la contratapa ya que adelanta el final y encima, nos relata la
última oración de la novela. Sin arruinar la historia, cuento que la novela, a
pesar del título, trata sobre la vida y sobre el ser humano ante su finitud. El
autor analiza estos aspectos desde diversos ángulos, las consecuencias, las
implicaciones, siempre con una voz muy cercana al lector. El nudo
central constituye el enfrentamiento a los límites donde se despliegan aspectos
morales y éticos, a partir de sus
encarnaciones en personajes y su
multiplicidad de acciones, todo lo que es capaz la humanidad; en este sentido podemos decir que es un buceo
hasta las profundidades de la psiquis o del alma, según cómo consideremos al
sujeto.
Saramago desenmascara a la muerte y
la enfrenta con la vida en un plano tanto individual como social, en este último caso, a través de la
ironía se interna en el funcionamiento de diversas esferas como la médica, la
policial, la religiosa, la gubernamental, la delictiva, abriendo el abanico de posicionamientos
y modalidades de acción. “A través del ministerio competente, el de defensa,
llamado de guerra en tiempos más sinceros…”
El lugar y la época no se detallan
pero es posible, al menos, contextualizar los sucesos en un tiempo donde se
usaban las cintas magnetofónicas y teléfonos de línea. A medida que leía
recordaba la década del ochenta. El lugar parece ser un territorio amplio con
una monarquía tradicional pero bajo el
gobierno de un primer ministro, al estilo de una monarquía parlamentaria.
La novela arranca con la
problemática central: “Al día siguiente no murió nadie”. Luego de la alegría de los primeros minutos, de cara a lo
extraordinario, podríamos preguntarnos tantas cosas. ¿Qué sucederá cuando ya nadie muera? ¿Qué sucederá con quienes
sufren una dolencia interminable? ¿Qué sucederá cuando las habitaciones no
alcancen? ¿Qué sucederá cuando las generaciones de una familia se acumulen, ya
todos ancianos, y convivan en la misma casa abuelos, tatarabuelos, bisabuelos?
¿Qué sucederá con todos esos negocios que giran en torno a la muerte como
compañías de seguro, funerarias, industrias de féretros con su parafernalia,
cementerios privados y parques, constructores de lápida y hasta limpiadores de
lápidas, florerías, los escribientes de obituarios, todos esos negocios y
profesionales que solo afloran cuando alguien muere? ¿Cómo será la vida
interminable vivida, valga la redundancia, entre los ricos y entre los pobres? En fin, todo un
sinnúmeros de interrogantes que se disparan con la oración primera y que el
autor irá respondiendo a lo largo de la obra.
FRASES
SUBRAYADAS
Sabremos cada
vez menos qué es un ser humano. (Libro de las previsiones)
Nada de nada,
como la palabra nada.
Vivir con mis
propios errores ya me cuesta demasiado trabajo.
Si lo comparamos
con esta eternidad recientemente inaugurada, el remedio, salvo opinión más
experta, sería multiplicar los hogares del feliz ocaso, no como hasta ahora,
aprovechando viviendas y palacetes que tuvieron tiempos mejores, sino
construyendo de raíz grandes edificios, con la forma de un pentágono, por
ejemplo, de una torre de babel, de un laberinto de Cnosos, primero barrios,
después ciudades, después metrópolis, o, usando palabras más crudas,
cementerios de vivos en donde la fatal e irrenunciable vejez sería cuidada como
dios quisiera, hasta no se sabe cuándo, pues sus días no tendrán fin.
Antes la muerte,
señor ministro, antes la muerte que tal suerte.
Las religiones,
todas, por más vueltas que le demos, no tienen otra justificación para existir
que no sea la muerte.
El futuro ya es
hoy.
Porque la
filosofía necesita tanto de la muerte como las religiones, si filosofamos es
porque sabemos que moriremos, monsieur de montaigne ya dijo que filosofar es
aprender a morir.
Es así la vida,
va dando con una mano hasta que llega el día que quita todo con la otra.
En algún lugar,
adelante, se encontraba la frontera, esa línea que sólo en los mapas es
visible.
En dos días, a
marchas forzadas y con banderas al viento, cantando canciones patrióticas como la
marsellesa, el ca ira, la maría de la fuente, el himno de la carta, el no verás
país alguno, la bandiera rossa, la portuguesa, el god sabe the King, la
internacional, el deutschland über alles, el chant du marais, as stars and
stripes, los soldados volvieron a los puestos de donde habían venido, y ahí,
armados hasta los dientes, aguardaron a pie firme el ataque a la gloria. No
hubo. Ni la gloria, ni el ataque.
Todas las
parcelas de una sociedad dividida entre la esperanza de vivir siempre y el
temor de morir nunca.
La dignidad era
entonces una forma de altivez al alcance de todas las clases.
Ya has pensado
si la muerte será la misma para todos los seres vivos, sean animales,
incluyendo al ser humano, los vegetales, incluyendo la hierba que se pisa la sequoiadendron
giganteum con sus cien metros de altura, será la misma muerte la que mata a un
hombre que sabe que va a morir, y a un caballo que nunca lo sabrá. Y volvió a
preguntar, En qué momento muere el gusano de sea después de haberse encerrado
en su capullo y haber trancado la puerta, cómo es posible que haya nacido la
vida de una de la muerte de otro.
Parece que no
ves que las palabras son rótulos que se adhieren a las cosas, no son las cosas,
nunca sabrás cómo son las cosas, ni siquiera qué nombres son en realidad los
suyos.
Porque cada uno
de vosotros tenéis vuestra propia muerte, la transportáis en algún lugar
secreto desde que nacéis, ella te pertenece, tú le perteneces. Entonces las
muertes son muchas, tantas como seres vivos existieron, existen y existirán.
Confiando en la
tantas veces loada sabiduría del tiempo, esa que nos dice que siempre habrá un
mañana para resolver los problemas que hoy parecían no tener solución.
A propósito, no
nos resistimos a recordar que la muerte, por sí misma, sola, sin ninguna ayuda
exterior, siempre ha matado mucho menos que el hombre.
Las palabras se
mueven mucho, cambian de un día a otro, son inestables como sombras, sombras ellas mismas, que tanto
están como dejan de estar, pompas de jabón, caracolas que apenas dejan oír la
respiración, troncos cortados.
Después de un
tiempo viene otro tiempo, todavía no hemos perdido la esperanza.
Yo soy la
muerte, el resto es nada.
La primera
derrota es la que más duele, después nos habituamos.
La vida es una
orquesta que siempre está tocando, afinada, desafinada, un titanic que siempre
se hunde y siempre regresa a la superficie, y es entonces cuando la muerte
piensa que se quedará sin tener qué hacer si el barco hundido no pudiera subir
nunca más cantando aquel evocativo canto de las aguas que resbalan por el
costado, como debe de haber sido, deslizándose con otra rumorosa suavidad por
el ondulante cuerpo de la diosa, el de anfitrite en la hora única de su
nacimiento, para convertirla en aquella que rodea los mares, que ése es el
significado del nombre que le dieron.
En casos como
éstos solemos decir que así es la vida, cuando mucho más exactos seríamos si
dijéramos que así es la muerte.
La prudencia
sirve nada más que para retrasar lo inevitable.
Dios es dios y
casi no ha hecho otra cosa.
CITA BIBLIOGRÁFICA
Título: Las intermitencias de la muerte
Autor: José Saramago
Año: 2012
Editorial: Alfaguara
Páginas: 288
ISBN: 9789870422655
ISBN: 9789870422655
PALABRAS DEL AUTOR
Cierro con unas
palabras del autor: “Yo no escribo para agradar, tampoco para desagradar: yo
escribo para desasosegar. A mi me gustaría que todos mis libros sean
considerados libros del desasosiego”.
Por: Gabriela Marta Lago
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