-¡Miren la tortuga! ¡Eh, tortuga, no corras
tanto que te vas a cansar de ir tan de prisa!
-decía
la liebre riéndose de la tortuga.
“La liebre y la tortuga”, Esopo
“Elogio de la lentitud. Movimiento mundial desafía el
culto a la velocidad” fue escrito por Carl Honoré y la edición que leí es del
año 2011 y fue editado por Del Nuevo Extremo.
En su tapa están confrontados, fácil la comparación con la parábola, una
liebre y una tortuga. El libro trata sobre le movimiento “slow” que ha ido
captando seguidores en distintos países y en distintas esferas como el ocio, la
alimentación, etc. Dicho movimiento consiste en hacer las cosas más despacio,
desacelerarse, pero sólo en los momentos que sea necesario. “La filosofía de la lentitud podría resumirse en una sola
palabra: equilibrio. Actuar con rapidez cuando tiene sentido hacerlo y ser
lento cuando la lentitud es lo más conveniente”
Seré
sincera y diré que no leí todo el libro. En la página 180 decidí dejarlo ya que
el autor desinfló mis expectativas, digo por ser benigna. A continuación expondré mis subjetividades
para fundamentar lo que acabo de decir.
“El vamos rápido” dan cuenta la
cantidad de accidentes automovilísticos en mi país, las consultas por stress en el médico. “El vamos
rápido” se evidencia por las carreras que hace una persona de un trabajo a otro
porque ya la desigualdad es cada vez más abismo. Hasta la mitad del libro el
autor ha profundizado en lo obvio pero no brinda, ni siquiera rozado, una
explicación sobre las desigualdades sociales, las diferencias de clase, la
supervivencia de unos seres humanos que corren para salvarse de la
explotación. Para el autor los seres
humanos pertenecen a una solo sociedad, en un todo homogéneo y con la misma
capacidad adquisitiva que su bolsillo.
El libro está armando sobre la
obviedad y con estadísticas y datos que pueden resultar interesantes. Cito algunas frases donde brilla la obviedad:
“Es inevitable que una vida
apresurada se convierta en superficial. Cuando nos apresuramos, rozamos la
superficie y no logramos establecer verdadero contacto con el mundo o las demás
personas”.
“Una de las razones por las que
necesitamos estimulantes es que muchos no dormimos lo suficiente”.
“Cuando la gente se traslada a la
ciudad comienza a hacer todo con más rapidez”.
Cuando
hablamos de aceleración y lentitud siempre es en relación al tiempo como
variable. El autor menciona que “la humanidad siempre ha sido esclava del
tiempo y ha percibido su presencia y su poder, pero nunca ha sabido con
precisión como definirlo”. El tiempo es percibido según como es significado en
la sociedad donde nacimos. Para Occidente, el tiempo es lineal, tirano, poco,
oro y dinero. El “acelerarse” es en realidad la cantidad de tareas que hacemos
en un lapso temporal. “Hoy estoy acelerada” es decir: “Hoy hice mil cosas”. Nuestro
tiempo puede medirse hasta milésimas de segundo, lo cual incentiva la
aceleración y la necesidad de apoderarse hasta en un tiempo imperceptible. La
vida de un ser humano se resume, biografía, en las tareas que ha llevado a
cabo: viajó a, trabajó de, hizo tal, nació en, murió cuando. Pero no es así
para la “humanidad”, palabra que el autor menciona con frecuencia. “Humanidad”
que hace alusión a un todo homogéneo que pervive desde un pasado remoto y que
será así. Decir humanidad es decir chatura, es simplificar las diversidades y
desigualdades a un solo tipo: ser occidental, europeo y blanco, capitalista y
de elite. Otros pueblos consideran al
tiempo como circular cuando nada tiene fin. El tiempo se puede hacer corpóreo
en las oscilaciones vegetales. Ni siquiera se plantean que el tiempo no
alcanza, que el tiempo es tirano, que el tiempo nos acogota y nos asfixia; el
tiempo es y uno es el tiempo, así de simple y punto. Los complicados somos
nosotros que estamos mal con nuestro ser en el mundo, que es en general un
tengo en el mundo pero solo, como respuesta o como parche, comemos despacio alimentos onerosos para desacelerarnos o
apagamos el reloj por una tarde. Esta es nuestra confrontación contra todo el
malestar contemporáneo por lo tanto es
una acción que llevará al fracaso. Otros pueblos son en el tiempo en tanto el
transcurso de los ritos: soy niño, soy cazador, soy hombre, soy anciano, soy
chamán y ese devenir del ser me ancla en el tiempo y en el espacio, en un
tiempo benigno porque me permite ser. Nosotros decimos “tengo un niño” y la
diferencia es abismal. Recomiendo la lectura de “Tener y ser” de Eric Fromm.
Hace mucho
tiempo se había concebido la vida de los pueblos nómadas, desde la óptica
occidental, como grupos humanos al borde de la extenuación, siempre buscando
comida desde que se levantan hasta que se acuestan. Marshal Sahlins en “La sociedad
opulenta primitiva”, capítulo del libro “La economía en la edad de piedra”, refuta estos posicionamientos. ¿Cuál es la
sociedad opulenta? ¿La occidental o una nómada? De seguro responderemos que la
nuestra es compleja y opulenta y la otra es simple y en la carestía y esto es
así porque la opulencia para nosotros es relativa al “tener”. Concluye Sahlins que los grupos de cazadores
recolectores podían satisfacer sus necesidades y encima les sobraba tiempo para
compartir con los otros y para dedicarse a actividades no relativas a la economía, como la caza y la recolección.
La escasez de los grupos actuales es producto de haber perdido sus tierras y
haber sido expulsados, por la expansión y el saqueo capitalista, hacia las
tierras yermas o de bajo recursos.
De un capítulo a otro uno puede ir anotando las clases de
Tai Chi que podría tomar, los
restaurantes a dónde debería ir caminando, las sesiones de Reiki que podría tomar para desacelerarse y cosas por el estilo,
con la banalidad de un manual para Yuppies.
Las personas consultadas y entrevistadas para dar testimonio de quienes optan
por la vida lenta pertenecen a la clase de profesionales de elite: abogados,
empresarios, agentes de bolsa, médicos, etc.
El autor establece
una crítica contra el capitalismo, contra la impronta de la aceleración y de la
eficiencia en nuestra vida cotidiana, pero no hacia el mundo laboral. Dice que
tenemos que ir rápido cuando sea necesario, alusión al trabajo, pero ir lento
en otros ámbitos como en la hora de las comidas, del ocio, de una lectura, de
una caminata a pasito de tortuga. Es decir, retomando la parábola de la liebre
y la tortuga que nos invita la tapa y la obra, uno tiene que ser una liebre en
su trabajo y una tortuga en casa. Lo
tonto es ser liebre siempre. Lo tonto es ser tortuga siempre. Lo tonto es ser
tortuga en el trabajo y liebre en casa. Ahora la parábola no es sobre la
perseverancia y la constancia sino sobre los grados de la velocidad en la
realización de las tareas, en la eficiencia.
“El capitalismo va demasiado rápido incluso para su propio
bien, pues la urgencia por terminar deja muy poco para el control de la
calidad” (pág. 15)
Se preocupa
por los muertos que ocasiona el karoshi, muerte por exceso de trabajo en
Japón, exceso por tener, pero ni una línea para los muertos que deja el hambre,
que estoy segura que supera el número infinitamente. Quien no tenga qué comer
no puede comer más lento y menos los productos de huertas orgánicas, ni
saludables, ni pagar miles de dólares para disfrutar de una cena en Italia. El
autor se excede en varias páginas para mostrar los beneficios del la comida lenta,
“Slow Food”. Para eso viaja a Italia y se explaya hasta en los detalles más
minúsculos para adentrarnos en su experiencia. Más que abrirme hacia la
posibilidad de incorporar una comida slow lo que me abrió es una terrible indignación. La lista de lo ingerido en
una cena incluye: vino blanco, pizza, tarta de espárragos, calabacines rellenos
de huevos, mortadela, queso parmesano, patatas, perejil, cebollitas, pan
casero, testaroli con setas,
caracoles con salsa almendrada, pescado, mariscos con salsa verde, patatas,
salmón ahumado, etc. Esta descripción de los alimentos va acompañada de
alabanzas de la comida que dura más de cuatro horas como debiera ser. “Me he
pasado cuatro horas sentado a la mesa sin la menor sensación de hastío ni
fatiga” (pág. 94) Si yo estuviera en su lugar podría pasarme diez horas y lo
pasaría bomba.
Un tema aparte merecen las contradicciones del mismo autor. En una página dice una cosa y,
páginas adelante, dice otra. Por ejemplo, alienta el consumo de especies
locales para evitar la contaminación por el uso de transporte y ante la pérdida
de nutrientes al comercializarla en países lejanos, así como el beneficio de
las huertas orgánicas, pero luego se explaya sobre una feria mundial donde
había productos de todos los puntos cardinales.
“Las virtudes de la Globalización se
exhiben en el salón del Gusto (…) y atrajo a quinientos productores de
alimentos artesanales procedentes de treinta países. Durante cinco días de
fiesta para el paladar, ciento treinta y ocho mil personas pasearon entre las
casetas, empapándose de los maravillosos aromas y probando exquisitos quesos,
jamones, frutas, salchichas, vinos, pastas, mostazas, conservas y chocolates.
En todo el Salone, la gente establecía relaciones mientras mordisqueaba. Un
fabricante japonés de sake hablaba del marketing por Internet con un pasto de
llamas boliviano” (pág. 75-76)
“Les llegan los pedidos de
ultramar, de elegantes restaurantes españoles deseosos de incluir en el menú”
(pág. 76)
“Muchas personas dan un paso más
y cultivan sus propias verduras. (…) En las asignaciones cerca de mi casa, uno
ve a yuppies que se apean del BMW
Roadsters, para examinar sus orugas (la planta herbácea, no la larva),
zanahorias, patatas nuevas y pimientos” (pág. 79)
Leáse que el “Slow Food” puede ser un gran negocio y estas formas de pensar son
las que nos están llevando al desmadre. Por aquí no va la respuesta a nuestras
problemáticas sociales sino al bolsillo y a la “salud” de unos yuppies. ¿Qué tanto de moda, y no de
respuesta, tiene plantar tomates en nuestra casa? ¿O comprar solo aquello que
diga “orgánico” y venga en un envoltorio verde?
Buceando
para encontrar información del autor, luego de dar por finalizada la lectura
del libro y para no influenciarme, me encuentro con este dato: “Cuando
realizaba las investigaciones para escribir esta obra, le pusieron una multa
por exceso de velocidad” (fuente: quedelibros)
Otro párrafo aparte merecen las formas de hablar hacia quienes
comen comida rápida, formas que raya la discriminación
subsumiendo la obesidad sólo a cuestiones del comer, hablando incluso desde el
sentido común. Y acá es necesario incorporar el tema de la responsabilidad;
quien habla asume conocimientos médicos pero ¿asume la responsabilidad del
impacto de sus dichos en sus lectores? Indirectamente
toma a la “obesidad” como marketing,
basta con nombrar esos programas de televisión de competencia donde minan
las autoestimas y torturan a seres humanos en post de cánones de belleza
prefabricados e impuestos junto con los millones de productos para llegar, o
arrimarse, y a veces, ni siquiera a eso. Pavarotti es Pavarotti por su voz y no
por el talle de su pantalón.
“Como hacen tanto hincapié en la
comida, uno podría esperar que en el Salone todo el mundo tuviera las
proporciones de Pavarotti. Nada más lejos de la realidad. Hay mucho más
excedente de grasa ondulando en cualquier establecimiento Dunkin’ Donuts” (pág.
76)
El movimiento slow es tan generoso que aún se benefician
otras especies. “Hoy, los pollos también gozan de mayor lentitud. (…) Los
pollos se pasaban tres meses correteando libremente por la granja. Por la noche
dormían en unos cobertizos espaciosos. Esas aves producen una carne que es
firme, jugosa y aromática”. (pág. 78)
Lástima que les espera terminar por completo entre los jugos digestivos de los
humanos. No pude evitar acordarme de la aguda obra de Orwell, “Rebelión en la
granja”. Véase como el autor se preocupa del maltrato hacia los pollos sólo porque es
negativo para la carne, es decir, pollos en tanto carne ambulante para un
posible buen negocio.
Otra de las críticas se dirige a la forma incorrecta de citación de fuentes y de bibliografía.
Uno lee datos, informaciones, estadísticas, pero no se sabe de dónde salieron.
Al final se lista la bibliografía pero para poder seguir con un hilo de lectura
uno debería leerse todo lo citado hasta hallar el dato. Entiendo que no es un
libro académico pero deja afuera al lector para ampliar su ruta de lecturas.
CONCLUSIÓN
No me parece inoportuna la problemática en sí que postula el autor, la crítica a las
formas de vida actuales, pero sí no comparto las maneras de responder a este problema
donde la respuesta es continuar acelerado en el trabajo para producir más,
tener más, y desacelerar en los otros espacios mediante técnicas, consumos
varios, sólo posibles para cierta elite. Por lo tanto, la “lentitud” es un
privilegio de quienes tienen el dinero para pagar por ella, de acceder a todas
estas ofertas de la “lentitud” como el “slow food”. Y hasta el propio libro
pasó a ser un best seller, es decir, hablar del movimiento slow también es un
buen negocio.
Nació en Escocia en 1967 y vive en Londres. Es
periodista. Ha escritos libros relativos todos al movimiento Slow como: “Elogio
de la lentitud” (2004), “Bajo presión: cómo educar a nuestros hijos en un mundo
hiperexigente” (2010) y “La lentitud como método” (2013).
Nota: Las ilustraciones pertenecen a Kestutis Kasparavicius, escritor e ilustrador/ ver biografía acá
DATOS DEL LIBRO
Título: Elogio de la lentitud
Autor: Carl Honoré
Editorial: Del Nuevo Extremo
Año: 2011
Páginas: 334
Ensayo - Autoayuda - Superación Personal
POR: Gabriela Marta Lago
Interesante análisis, desde una perspectiva social.
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